por Ángela Marulanda
Cada vez hay más tendencia a culpar a los padres de todo lo malo que
pasa con los hijos, y también de parte nuestra a aceptar todas las
culpas que nos adjudican. Aunque es cierto que hoy cometemos más
errores, no lo hacemos por malos sino por temerosos debido a que estamos
criando a los niños en un mundo tan distinto a aquel en que crecimos
que nos sentimos perdidos. Y ese miedo hace que actuemos con tanta debilidad que ellos se han ido volviendo cada vez más demandantes y malagradecidos.
El temor a que los hijos se enojen, se rebelen, nos rechacen o sean
infelices nos tiene dominados. Por eso de lo que sí somos culpables no
es de ser negligentes sino de tenerle tanto miedo a contrariarlos que
nos dejamos dominar por ellos, al punto de que ya no les exigimos nada
sino que nos doblegados a sus exigencias, ya no les pedimos un favor sin
antes pedirles perdón por molestarlos, y ya lo más importante no es
educarlos sino comprenderlos… cuando en realidad no comprendemos nada.
Lo grave es que en ese proceso estamos dejando a los niños a la deriva.
Durante la infancia y la juventud, los hijos son tripulantes novatos
que inician su travesía por el mundo sin saber para dónde van y sin la
experiencia ni los conocimientos que necesitan para transitar por aguas
desconocidas para ellos y hoy muy turbulentas. Por eso es fundamental
para ellos sentir que están bajo la dirección de unos padres tienen el
mando, conocen el rumbo a seguir y dominan la situación, es decir, que
les pueden ofrecer la protección y guía que tanto necesitan. Pero esto
no es lo que les comunicamos cuando actuamos dominados por el temor y
amedrentados por las culpas.
“Por miedo no por bondad surgieron
los padres permisivos” aseguró Jaime Barylko. Nuestra culpabilidad como
padres está en permitir que el miedo nos lleve a eludir la
responsabilidad de controlar y guiar a los niños hasta que sean mayores y
tengan la la formación para hacerlo por sí mismos. Por eso no hay
dinero que pueda comprar ni colegio o experto que pueda darle a los
hijos esa formación escencial que es ante todo producto la dirección y
consagración personal de sus padres.
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