Por Rafael Zárate M.
En distintas conversaciones, entre familiares y amigos, ha surgido la famosa pregunta que suele hacerse a las parejas, e incluso, a personas que aún no tienen pareja: “¿Estás listo(a) para ser padre (o madre)?”
Las respuestas pueden variar, dependiendo de las expectativas y planes de cada quien: “Aún no, quiero primero divertirme con mi pareja; necesito terminar mis estudios; primero buscaré un buen trabajo”. Pero existen, los más arriesgados, que llegan a decir: “Ya estamos listos, pues ya compramos una casa y tenemos un trabajo estable, estamos ahora en pláticas con el médico para `hacer’ nuestro bebé”.
En muchas ocasiones, hemos creído que, tener solvencia económica, es tener asegurado el futuro de nuestros hijos, ya que ésta solvencia económica nos permitirá: contratar los mejores hospitales para su nacimiento e inscribirlos en las mejores escuelas para su educación.
Como padres (o futuros padres), muchas veces hemos olvidado la salud emocional de nuestros hijos, la hemos dejado en segundo lugar de preferencia, o la hemos ignorado por completo. Tal vez, porque no sabemos que de ella dependerá la forma en que enfrentarán la vida cuando les toque crear su futuro.
Un niño con problemas emocionales, será un adulto temeroso, el cual, verá cada problema como un obstáculo en su camino, y le costará mucho trabajo saltarlo, inclusive, podría seguir afectándolo, hasta llegar a padecer grandes enfermedades de adulto. En cambio, un niño saludable emocionalmente, será un adulto libre, y sabrá abrirse camino en la vida, pues no verá los problemas como obstáculos, sino como un medio para aprender y seguir madurando.
Hay una sola forma de lograr niños emocionalmente sanos, a través de la enseñanza de los padres. Lo interesante, es que nuestros hijos no aprenden de nuestros consejos esporádicos, sino de nuestro comportamiento rutinario, nuestras creencias, nuestros miedos, nuestros gustos y nuestras actitudes. Aun cuando ellos ya vienen con sus propias programaciones y su personalidad, al llegar a nosotros, se moldearán de acuerdo a lo que les enseñemos con nuestro comportamiento.
Gracias a esta forma de aprendizaje de nuestros hijos, cuando decidimos emprender la maravillosa aventura de ser padres, también recibimos la gran oportunidad de hacer conscientes todas nuestras emociones y sanarlas, antes de transmitírselas, ya que ellos, constantemente, picarán nuestros sentimientos negativos guardados; y si nos dejamos llevar por esos sentimientos, les transmitiremos enfermedades emocionales.
Por ejemplo, si no tenemos paciencia, el día que nuestros hijos lloren sin razón aparente, nosotros podríamos gritarles, lo que provocaría problemas emocionales en ellos:
Primera posibilidad: Nuestros hijos vivirían con temor ante las circunstancias de la vida: podrían temerles a sus jefes (constantemente harían lo necesario para quedar bien con ellos, inclusive hasta haciendo más trabajo de lo necesario); podrían temer a sus clientes, buscarían quedar bien con ellos para evitar perderlos o recibir regaños; serían adultos pasivos, temerosos de provocar un enfado en las demás personas para evitar agresiones.
Segunda posibilidad: Nuestros hijos serían agresivos: creyendo que los demás los pueden agredir, se anticiparían, regañando a sus compañeros de equipo de la escuela, agrediendo a sus subordinados laborales, hablando a escondidas de los jefes de trabajo, aprovechándose de forma deshonesta de sus clientes…
Si en lugar de gritarles, los chantajeamos con expresiones como:
Cállate, si no, nos van a regañar: podrían ver a las demás personas como agresivas.
Cállate y te compro el juguete que me pediste: No sabrían ellos cómo conseguir lo que desean.
No tienes porqué gritar: Le enseñaríamos a esconder sus sentimientos, no sabrían cómo liberarlos, esto les podría provocar constantes enfermedades físicas.
Si sigues llorando, le digo a la vecinita que te venga a ver: Le enseñaríamos a tener vergüenza.
Cualquier comportamiento que adoptemos para impedir llorar a nuestros hijos, provocará un problema emocional en ellos. Lo mejor será aprender a tener paciencia. Con el tiempo encontraremos mecanismos para lograrlo, inclusive, descubriremos el origen de nuestra impaciencia, y sabremos si lo hemos superado cuando nuestros hijos nuevamente hagan uso de sus lágrimas.
Los hijos aprenden, de lo que los padres somos.
¿Estamos listos para ser padres? Posiblemente no lo estemos porque aún necesitamos trabajar con nuestras emociones para sanarlas, pero si esperamos para sanarlas, posiblemente demoremos muchos años y tengamos que utilizar toda nuestra vida. Algo que sí, podemos hacer, es aprender con nuestros hijos, teniendo mucho cuidado con lo que les decimos.
He escuchado, constantemente, comentarios acerca del derecho que tienen los hijos de vivir (o de nacer), personalmente, incluiría también, “el derecho de ser libres”. Porque no basta con darle la vida a un hijo, es necesario enseñarle a vivir emocionalmente sano, para que su futuro sea de libertad.
¿Estamos listos para ser padres? Si estar listo, es estar dispuesto a enseñarles a nuestros hijos a “ser libres” y estar dispuesto a aprender con ellos, cambiando nuestro comportamiento negativo, entonces tenemos aquí una variable distinta de la solvencia económica para decidir iniciar la aventura de “ser padres”.
¿Ya iniciaste esta aventura? Felicidades. Ahora nos toca aprender de nuestros hijos, para enseñarles a ser libres.
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