domingo, 30 de marzo de 2014

Manipuladores de Emociones



Seguridad en sí mismo y saber poner límites son las claves


Lograr que una persona haga lo que uno quiere es un trabajo que no se concreta si el otro no es una persona insegura e incapaz de poner límites. La manipulación es un defecto humano y reconocerlo es el primer paso para sanar una relación.

Por Carla González C.

Niños manipulando a sus padres con el llanto o las pataletas, madres manipulando a sus hijos incluso en la adultez alejándolos a sus pololos (as) o enfermándose para conseguir una visita y hombres y mujeres manipulando a sus parejas para obtener dinero, compañía e incluso afecto. Esos son algunos ejemplos de cómo conducir una relación afectiva – de manera consciente o no – a través del control.

El también llamado “chantaje emocional” es al parecer una de las conductas más comunes en los seres humanos y por eso aprender a reconocerlo es clave para poder salirse del juego antes de que éste se convierta en parte de una relación afectiva muy poco sana.

Uno de los consejos es no ceder ante una manipulación, pero para eso el individuo debe ser alguien seguro de sí mismo, capaz de poder establecer límites, decir “no” cuando corresponde y tener presente que la comunicación es de suma importancia para poder mantener un espacio de confianza.

“Los manipuladores son aquellos individuos que cruzan por nuestra vida dándonos su visión del mundo y queriendo imponer su voluntad, su forma de hacer las cosas y su manera de sentir frente a diversos estímulos” (Psicóloga Varinia Torres al diario La Cuarta, noviembre de 2004).

La psicóloga y terapeuta floral, Pamela Labatut Hernández (www.psicologiayflores.cl), reconoce que hablar de manipulación afectiva es referirse a un tema amplio, esto pues asegura que existen varias formas de ejercer control emocional en una persona y “eso va a depender del tipo de personalidad y la estructura en la cual el individuo ha construido su realidad a lo largo de su vida”.

Según menciona, “muchas veces, la manipulación viene desde una suerte de genética heredada, no desde el punto de vista físico, sino desde una conducta que se aprende a través del tiempo”. Entonces añade, “una persona que pudo haber sido manipulada por su madre cuando pequeña, luego en su adultez dejará de ser el manipulado para pasar a ser el manipulador”.
La clave: saber distinguir la demanda

El chantaje emocional que una madre puede llevar a cabo con un hijo, donde por ejemplo reclama más visitas y para ello se muestra enferma, sola y deprimida, es en palabras de la psicóloga “una modulación de la forma en como el hijo va a demostrarle el cariño a su mamá”, en otras palabras afirma que “la mujer está manipulando la situación para que su hijo sepa que puede perder el cariño si es que no hace lo que ella le pide y de esa forma modula su conducta y él comienza a sentirse culpable”.

Para Pamela Labatut, la manipulación es una modulación que puede darse desde el miedo a perder el amor del otro y la culpa.

En cuanto a este tipo de manipulación (madre/hijo), la terapeuta menciona que de alguna forma ésta es aceptada y no se da de igual forma en hijos e hijas. “Si la manipulación se da con un hijo, la imagen de la mamá suele estar relacionada con temas como los celos ante una pareja. Con la hija en tanto, el control va a venir del lado del cuidado excesivo, la sobreprotección, etcétera”, cuenta.

En el caso de los niños en tanto, Pamela dice que “se trata de una conducta aprendida por la raza humana. El niño comienza a conocer la manipulación no a través de su madre sino porque ve que ante una conducta específica llegan para atenderlo. Por lo tanto, cada vez que necesite algo, recordará esta asociación y llorará para obtener lo que quiere. Con el paso de los años el individuo comenzará a actuar (manipular) a conciencia y será importante recalcar que pedir no es lo mismo que exigir”, menciona.

Para la terapeuta, la manipulación que puedan utilizar como herramienta los niños se ha acrecentado con el paso del tiempo y la forma de vida que hoy llevamos. “Últimamente hay harta culpabilidad sobre todo de las mamás porque tienen que asumir el rol materno, pero por otro lado ahora están todas las condiciones para que la mujer se sienta mucho más independiente, entonces llegan tarde a la casa, sus hijos la echan de menos y se lo hacen saber”, comenta.

Por otro lado, postula que la manipulación es algo común entre los chilenos porque “tenemos una forma de ser en la cual siempre nos andamos quejando y muchas veces a través de eso tratamos de obtener algún beneficio”.

Según cuenta Pamela Labatut, “un manipulador es quien, cuando le fallas te lo hace notar a través de una ironía, de manera directa o indirecta mediante un hecho concreto; es “picado”, nunca pierde. El manipulador no pide sino que exige”.

¡No cedas!

Para saber cómo reaccionar entonces frente a una persona manipuladora, Pamela Labatut menciona que todo dependerá de la edad de la persona que en este caso está siendo manipulada. Así, mientras un adolescente tendrá más roces con sus padres – porque ya no los considera como ídolos y por tanto, se da cuenta que pueden equivocarse – un adulto deberá recurrir a su madurez para establecer límites.

“A las mamás les cuenta muchos soltar a los hijos. Aquí hay muchos hombres que se van de la casa después de los 25 años y en esos ejemplos puede haber una madre que está manipulando, pero también un hijo que cede porque prefiere vivir de manera más cómoda”, comenta.

“A través de la manipulación se puede aprender a ser distinto y a llevar mejor las relaciones, pero por sobre todo se aprende una forma de amor en la que dejo de poner condiciones al otro para que me quiera. Ése es uno de los grandes aprendizajes que tiene el ser humano”, afirma Pamela Labatut.

Para la psicóloga, la madurez que se va adquiriendo con el paso de los años es fundamental. “Con la individuación viene el fortalecimiento de la seguridad, la que está ligada a sentirse íntegro, autónomo y capaz de hacer cosas por uno mismo. Ahí uno está apto para tener una conducta sana ante la manipulación porque puedo poner límites de manera asertiva”, asevera.

De esta forma, asegura que “como en tantos temas conflictivos, aquí la comunicación es clave. Si me siento seguro y autónomo tengo que tener también ese espacio de confianza y conversar con el otro abiertamente de lo que pasa” para así llegar a un entendimiento y de alguna forma romper con aquel círculo vicioso que se construye a partir de la manipulación. “Hay que llegar derechamente a conversar del tema y tranzar, de esa forma cambia la dinámica de la relación y se comienzan a aceptar las diferencias”, enfatiza.


25 de ago 13- de Método Waldorf en Facebook

Niños sobreprotegidos

Si le facilitamos la suficiente confianza en sí mismo para que pueda pensar y sentir por sí solo y le dejamos enfrentarse a las dificultades propias de su edad, podrá extraer recursos y estrategias que le harán sentirse triunfante y le servirán para arreglárselas sin sus padres en un futuro.-del texto
Consecuencias de sobreproteger a los niños

Las prisas, el deseo de que los niños disfruten de su infancia, el afán de perfeccionismo... llevan a los padres a anticiparse en la satisfacción de las necesidades de sus hijos y a evitarles cualquier contratiempo. El niño necesita sentirse querido y cuidado por sus padres para tener un buen desarrollo emocional. Sin embargo, si se le protege en exceso, se le puede perjudicar más que beneficiar.

No se puede mantener al niño permanentemente en un invernadero, convirtiéndolo en el centro de todas las atenciones y ocultándole de todos los peligros. Los padres tienen que dejarle evolucionar para no entorpecer su desarrollo.
Cómo comienza la sobreprotección

Niños sobreprotegidos

Hay padres que desconocen lo que se le puede exigir al niño y fomentan conductas más infantiles de lo que le corresponde por su edad. En otras ocasiones, no dejan que el niño haga determinadas cosas porque a ellos, evidentemente, les sale mejor y lo hacen en menos tiempo. Otros piensan que es mejor hacerles la vida más fácil y procuran anticiparse a cualquier necesidad y demanda de su hijo antes de que él mismo lo pida. Los hay que prefieren evitar enfrentamientos porque no les resulta fácil mantenerse con firmeza en situaciones estresantes o incluso simplemente porque el niño tiene una cara encantadora que camela.
Consecuencias de sobreproteger al niño

Si en lugar de apoyar al niño, sugerirle y guiarle para que aprenda por sí mismo, le imponemos, vigilamos y le damos todo solucionado, lejos de ayudarle a crecer, el niño tendrá un escaso desarrollo de sus habilidades (vestirse, comer...) y adoptará una postura de pasividad y comodidad, ya que interiorizará que sus padres, de los que tendrá una gran dependencia, siempre están dispuestos a ayudarlo. Su autoestima será baja y tendrá poca seguridad en sí mismo, creyéndose incapaz de resolver sus dificultades. Le costará mucho tolerar frustraciones, posponer las gratificaciones y no sabrá valorar lo que tiene.

Rehuirá los problemas en vez de tratar de enfrentarse a ellos y no sabrá cargar con las consecuencias de sus propios actos... En resumen, será una persona inmadura y débil que podrá dejarse llevar con más facilidad por las malas amistades o por el ambiente que le rodea.
Ideas que ayudan a los niños y padres

Si supiéramos lo importante que es para el desarrollo de su personalidad que los niños logren hacer las cosas sin ayuda, les dejaríamos actuar solos en más ocasiones. Cuando el niño nos pida ayuda, lo esencial es darle las sugerencias con las que solucionar el problema él mismo, con sus propios recursos.

Es normal que el niño cometa errores, pero no nos anticipemos para evitar el tropiezo. Lo positivo es hacerle ver que cada vez le van saliendo mejor las cosas. Si se quiere realmente ayudar al niño, hay que preguntarle a él si nos necesita y, en el caso de que reclame nuestra ayuda, conviene averiguar qué es lo que realmente precisa. Hay que tomarse el tiempo necesario para permitir que el niño se desenvuelva solo.

Debemos explicar al niño las razones de nuestras acciones, de modo que pueda actuar por sí solo, aun cuando no haya un adulto a su lado que le indique cómo hacerlo. No le ahorremos sacrificios razonables: el niño puede perfectamente colaborar en tareas domésticas como poner la mesa, hacerse la cama, recoger su cuarto, sacar la basura o aprender a no dar excesiva importancia a una situación de escasez o incomodidad.

Ante un niño tímido, los padres deben procurar que salga más de casa, que abra más su círculo de amistades, que comparta sus cosas, etc., pero no forzándole, sino dándole ideas y predicando con el ejemplo, de lo contrario, con los años puede acabar siendo una persona temerosa, solitaria, arisca o desconfiada. Frente a situaciones que les puedan resultar complicadas, en lugar de evitarlas debemos prepararlos a través del diálogo. Debemos protegerle de los peligros verdaderos, pero sin llegar al extremo de convertirle en una persona débil y temerosa.
Las experiencias de los niños

El niño necesita probar, saborear sus éxitos, tratar de mejorar y alcanzar metas difíciles, competir, superar sus fracasos... y poder entender los sentimientos de los demás. Hay que prepararle para que pueda participar en la sociedad y para ello no hay que disimularle la realidad cotidiana, hay que permitirle que descubra el significado de los triunfos, de las decepciones, de los gozos y de los desconsuelos, propios y ajenos.
Fomenta el sentimiento de triunfo

Si le facilitamos la suficiente confianza en sí mismo para que pueda pensar y sentir por sí solo y le dejamos enfrentarse a las dificultades propias de su edad, podrá extraer recursos y estrategias que le harán sentirse triunfante y le servirán para arreglárselas sin sus padres en un futuro.

 Por Virginia González. Psicóloga y profesora de Educación Infantil

No juzgues el Camino de los Otros


Cada uno está librando su propia batalla interna

No juzgues el camino kármico que recorre otra persona. No envidies su éxito, no compadezcas su fracaso, puesto que no sabes qué es éxito y que fracaso en los cálculos del alma. No llames a algo calamidad, ni feliz acontecimiento, hasta que decidas, o compruebes, como es utilizado; ya que ¿es una calamidad la muerte de uno si con ello salva las vidas de miles? ¿Y es una vida un feliz acontecimiento cuando ésta sólo ha provocado dolor? Sin embargo, aunque no juzgues, mantén siempre tu propio criterio, y deja que los demás sigan el suyo.

- Neale Donald Walsch -

La Salud emocional de nuestros Hijos


 Por Rafael Zárate M.

  • En distintas conversaciones, entre familiares y amigos, ha surgido la famosa pregunta que suele hacerse a las parejas, e incluso, a personas que aún no tienen pareja: “¿Estás listo(a) para ser pad
    re (o madre)?”

    Las respuestas pueden variar, dependiendo de las expectativas y planes de cada quien: “Aún no, quiero primero divertirme con mi pareja; necesito terminar mis estudios; primero buscaré un buen trabajo”. Pero existen, los más arriesgados, que llegan a decir: “Ya estamos listos, pues ya compramos una casa y tenemos un trabajo estable, estamos ahora en pláticas con el médico para `hacer’ nuestro bebé”.

    En muchas ocasiones, hemos creído que, tener solvencia económica, es tener asegurado el futuro de nuestros hijos, ya que ésta solvencia económica nos permitirá: contratar los mejores hospitales para su nacimiento e inscribirlos en las mejores escuelas para su educación.

    Como padres (o futuros padres), muchas veces hemos olvidado la salud emocional de nuestros hijos, la hemos dejado en segundo lugar de preferencia, o la hemos ignorado por completo. Tal vez, porque no sabemos que de ella dependerá la forma en que enfrentarán la vida cuando les toque crear su futuro.

    Un niño con problemas emocionales, será un adulto temeroso, el cual, verá cada problema como un obstáculo en su camino, y le costará mucho trabajo saltarlo, inclusive, podría seguir afectándolo, hasta llegar a padecer grandes enfermedades de adulto. En cambio, un niño saludable emocionalmente, será un adulto libre, y sabrá abrirse camino en la vida, pues no verá los problemas como obstáculos, sino como un medio para aprender y seguir madurando.

    Hay una sola forma de lograr niños emocionalmente sanos, a través de la enseñanza de los padres. Lo interesante, es que nuestros hijos no aprenden de nuestros consejos esporádicos, sino de nuestro comportamiento rutinario, nuestras creencias, nuestros miedos, nuestros gustos y nuestras actitudes. Aun cuando ellos ya vienen con sus propias programaciones y su personalidad, al llegar a nosotros, se moldearán de acuerdo a lo que les enseñemos con nuestro comportamiento.

    Gracias a esta forma de aprendizaje de nuestros hijos, cuando decidimos emprender la maravillosa aventura de ser padres, también recibimos la gran oportunidad de hacer conscientes todas nuestras emociones y sanarlas, antes de transmitírselas, ya que ellos, constantemente, picarán nuestros sentimientos negativos guardados; y si nos dejamos llevar por esos sentimientos, les transmitiremos enfermedades emocionales.

    Por ejemplo, si no tenemos paciencia, el día que nuestros hijos lloren sin razón aparente, nosotros podríamos gritarles, lo que provocaría problemas emocionales en ellos:

    Primera posibilidad: Nuestros hijos vivirían con temor ante las circunstancias de la vida: podrían temerles a sus jefes (constantemente harían lo necesario para quedar bien con ellos, inclusive hasta haciendo más trabajo de lo necesario); podrían temer a sus clientes, buscarían quedar bien con ellos para evitar perderlos o recibir regaños; serían adultos pasivos, temerosos de provocar un enfado en las demás personas para evitar agresiones.
    Segunda posibilidad: Nuestros hijos serían agresivos: creyendo que los demás los pueden agredir, se anticiparían, regañando a sus compañeros de equipo de la escuela, agrediendo a sus subordinados laborales, hablando a escondidas de los jefes de trabajo, aprovechándose de forma deshonesta de sus clientes…

    Si en lugar de gritarles, los chantajeamos con expresiones como:

    Cállate, si no, nos van a regañar: podrían ver a las demás personas como agresivas.
    Cállate y te compro el juguete que me pediste: No sabrían ellos cómo conseguir lo que desean.
    No tienes porqué gritar: Le enseñaríamos a esconder sus sentimientos, no sabrían cómo liberarlos, esto les podría provocar constantes enfermedades físicas.
    Si sigues llorando, le digo a la vecinita que te venga a ver: Le enseñaríamos a tener vergüenza.

    Cualquier comportamiento que adoptemos para impedir llorar a nuestros hijos, provocará un problema emocional en ellos. Lo mejor será aprender a tener paciencia. Con el tiempo encontraremos mecanismos para lograrlo, inclusive, descubriremos el origen de nuestra impaciencia, y sabremos si lo hemos superado cuando nuestros hijos nuevamente hagan uso de sus lágrimas.

    Los hijos aprenden, de lo que los padres somos.

    ¿Estamos listos para ser padres? Posiblemente no lo estemos porque aún necesitamos trabajar con nuestras emociones para sanarlas, pero si esperamos para sanarlas, posiblemente demoremos muchos años y tengamos que utilizar toda nuestra vida. Algo que sí, podemos hacer, es aprender con nuestros hijos, teniendo mucho cuidado con lo que les decimos.

    He escuchado, constantemente, comentarios acerca del derecho que tienen los hijos de vivir (o de nacer), personalmente, incluiría también, “el derecho de ser libres”. Porque no basta con darle la vida a un hijo, es necesario enseñarle a vivir emocionalmente sano, para que su futuro sea de libertad.

    ¿Estamos listos para ser padres? Si estar listo, es estar dispuesto a enseñarles a nuestros hijos a “ser libres” y estar dispuesto a aprender con ellos, cambiando nuestro comportamiento negativo, entonces tenemos aquí una variable distinta de la solvencia económica para decidir iniciar la aventura de “ser padres”.

    ¿Ya iniciaste esta aventura? Felicidades. Ahora nos toca aprender de nuestros hijos, para enseñarles a ser libres.

El padre comprometido con sus hijos y con su trabajo, ¿un nuevo modelo de padre?

Hoy en día los padres son conscientes de que su papel va mucho más allá que el de "llevar el pan a casa". Según refleja un estudio de la Universidad de Boston, los hombres tienen como aspiración el implicarse más activamente en la formación de los hijos en paralelo a la procura del éxito profesional, una doble ambición que a menudo genera conflictos.

Según Brad Harrington, director ejecutivo del Centro para el Trabajo y la Familia de esta institución, "estamos viendo que los padres también necesitan un entorno de trabajo que les apoye en los aspectos familiares, que les permita alinear trabajo y familia; algo que genera beneficios tangibles para sus trabajos y carreras y tiene un efecto positivo en las empresas y organizaciones".

El estudio ofrece algunos resultados interesantes en este sentido:

La seguridad en el trabajo es el elemento laboral más valorado por los padres. La flexibilidad es la segunda característica favorita, por delante de las oportunidades o el sueldo que ofrezca un puesto de trabajo.

La mayoría de padres aspira a asumir misma carga familiar que sus parejas, aunque no siempre lo consiga.

Quienes dedican más tiempo a sus hijos tienen más confianza como padres, aunque solo uno de cada veinte se toma más de dos semanas de baja por paternidad, y solo uno de cada cien se toma cinco o más.

Un entorno de apoyo corporativo genera trabajadores más satisfechos que no querrán abandonar la empresa.

Los padres aprovechan las opciones de flexibilidad laboral informales más que las formales. Los que utilizan los mecanismos formales, sin embargo, tienen unos niveles más altos de satisfacción laboral.

Un 53% de los padres consideraría no trabajar fuera de casa si fuera económicamente asumible, lo que demuestra que la figura del "padre en casa" está cada vez más aceptada.

Compaginar trabajo y familia ha dejado de ser un problema exclusivo de las mujeres: los padres buscan cada vez más empleos que les permitan dar un soporte más activo en casa. Para ello es fundamental que las empresas pongan facilidades a padres y madres que les permitan compaginar la vida familiar con la laboral.


26 de agosto de 2013- de Método Waldorf en Facebook

viernes, 28 de marzo de 2014

Familia y Colegio

¿Se ha preguntado alguna vez el porqué de la expresión: “educar es un arte”? Pues bien, la labor educativa de un padre es tan delicada como maravillosa, que implica un proceso de aprendizaje sujeto a equivocaciones. A pesar de querer lo mejor para los hijos, no siempre los padres los benefician con ciertas actitudes.

Sabemos pues que nadie nace aprendido –al menos hasta ahora- ni siquiera los padres, serán muchos los intentos fallidos para hacer de los hijos personas valerosas, sin embargo deben ser esos tropiezos, oportunidades para detener una conducta inapropiada y revertir el cauce.

No es la intención hacer críticas a una labor tan admirable, como es la de un padre, sino abrir espacios de reflexión donde se evalúen acciones que pueden ser corregidas a tiempo. A continuación las equivocaciones más frecuentes de los papás en la formación de sus hijos.

1. Uso inadecuado de la autoridad: es cuando la autoridad sólo se concibe en los extremos: autoritarismo o permisividad, no hay punto medio. Tan dañina es una como la otra, el ambiente educativo en ambas no ayuda en lo absoluto a la formación de la persona, la primera por la posición rigurosa de los padres que da como respuesta unos hijos temerosos y solapados; y la segunda por exceso de libertad que se convierte en el efecto contrario (personas llenas de ataduras).

2. Incongruencia entre el decir y el actuar: es uno de los errores que más cometen los educadores sin tener conciencia de su alcance. Se refiere a las famosas amenazas que nunca se llevan a cabo, así como a las promesas que no logran ser cumplidas. Para una mejor ilustración, es cuando los papás aplican normas o sanciones que al final ellos mismos las ignoran, no las hacen cumplir o terminan cediendo. Esto indica que la autoridad es débil y puede quebrantarse fácilmente.

3. Disparidad en la autoridad: hace alusión a la situación donde la madre emite un mensaje y el padre otro, con regularidad desautorizándose entre ellos, lo que produce un laberinto donde el hijo no sabe en qué dirección marchar ni a qué salida llegar. La falta de unión de criterios educativos, entorpece la misión instructiva.

4. Concepto erróneo de la libertad: es la falsa creencia de que la libertad consiste en permitirle a los hijos hacer lo que quieran, donde quieran, como quieran y la hora que quieran, porque consideran que al establecer lineamientos están impidiendo el libre desarrollo de la personalidad. Muy diferente es educar en la libertad: permitir y promover en los hijos la toma de decisiones con base en distintas posibilidades, ayudándoles a distinguir lo que es beneficioso y lo que no.

5. Sobreprotección: no es otra cosa que impedir la autonomía de los hijos, donde los padres realizan por ellos trabajos que están en total capacidad de ejercerlos por sus propios medios. Por lo general este tipo de padres, buscan evitarles a los hijos todo sufrimiento o dificultad posible. El fruto de la sobreprotección es la inseguridad que se genera en la persona, así como la incapacidad para sortear inconvenientes. Es un amor posesivo, de apego, que obstaculiza el proceso natural de los hijos.

6. Manipulación afectiva: es cuando se pone de por medio un interés específico del padre, para lograr un objetivo con sus hijos. Puede darse en cualquier edad, incluso cuando los hijos ya han formado sus propios hogares y los padres recurren a diversas razones (dinero, enfermedad, compañía, etc.) para capturar su atención; mientras que cuando están pequeños los elementos de manipulación suelen ser otros.

7. Llenar vacíos con elementos materiales: es un fenómeno que se vive en muchas familias actuales, la falta de tiempo para estar con los hijos, se compensa con juguetes, computadoras, celulares… que tienen como fin satisfacer el cariño que los padres no les pueden conceder por sus ocupaciones laborales.

8. No reconocer las limitaciones de los hijos: negarse a admitir las dificultades que los hijos presentan o exigirles habilidades que no poseen, da lugar a una serie de contrariedades que perjudican a las dos partes. Muchas veces los padres buscan hacer de sus hijos lo que ellos no pudieron lograr, de forma que sus frustraciones las ven posibles en la vida de sus pequeños. Otro escenario donde es común esta situación, es en el dinamismo de la relación familia-colegio, en la cual los maestros retroalimentan a los padres sobre la conducta de los hijos y ellos se rehúsan a aceptar dicha realidad.

9. Comunicación deficiente: es el miedo a tratar con los hijos ciertos temas difíciles de abordar (sexualidad, adicciones, amistades poco convenientes…) lo que los deja en plena libertad para hallar la información en fuentes que distorsionan la realidad y el sentido de las cosas.

10. Manejo de las nuevas tecnologías: se ha observado en los hogares una carencia de límites y normas para el uso de las tecnologías, lo que puede abrir puertas a mundos oscuros y peligrosos para seres humanos que todavía se encuentran en formación, como son contactos con personas desconocidas, pornografía, adicción al juego, aislamiento, entre otros.

Al dar un vistazo a las anteriores equivocaciones de los padres, podemos concluir que es factible caer en éstas, dada nuestra condición humana. Lo importante es no quedarse allí, sino buscar la manera de evitar o afrontar los errores dándole solución oportuna.


                                                                                                                                 LaFamilia.info

Miedos de los padres

por Ángela Marulanda

Cada vez hay más tendencia a culpar a los padres de todo lo malo que pasa con los hijos, y también de parte nuestra a aceptar todas las culpas que nos adjudican. Aunque es cierto que hoy cometemos más errores, no lo hacemos por malos sino por temerosos debido a que estamos criando a los niños en un mundo tan distinto a aquel en que crecimos que nos sentimos perdidos. Y ese miedo hace que actuemos con tanta debilidad que ellos se han ido volviendo cada vez más demandantes y malagradecidos.

El temor a que los hijos se enojen, se rebelen, nos rechacen o sean infelices nos tiene dominados. Por eso de lo que sí somos culpables no es de ser negligentes sino de tenerle tanto miedo a contrariarlos que nos dejamos dominar por ellos, al punto de que ya no les exigimos nada sino que nos doblegados a sus exigencias, ya no les pedimos un favor sin antes pedirles perdón por molestarlos, y ya lo más importante no es educarlos sino comprenderlos… cuando en realidad no comprendemos nada. Lo grave es que en ese proceso estamos dejando a los niños a la deriva.

Durante la infancia y la juventud, los hijos son tripulantes novatos que inician su travesía por el mundo sin saber para dónde van y sin la experiencia ni los conocimientos que necesitan para transitar por aguas desconocidas para ellos y hoy muy turbulentas. Por eso es fundamental para ellos sentir que están bajo la dirección de unos padres tienen el mando, conocen el rumbo a seguir y dominan la situación, es decir, que les pueden ofrecer la protección y guía que tanto necesitan. Pero esto no es lo que les comunicamos cuando actuamos dominados por el temor y amedrentados por las culpas.

“Por miedo no por bondad surgieron los padres permisivos” aseguró Jaime Barylko. Nuestra culpabilidad como padres está en permitir que el miedo nos lleve a eludir la responsabilidad de controlar y guiar a los niños hasta que sean mayores y tengan la la formación para hacerlo por sí mismos. Por eso no hay dinero que pueda comprar ni colegio o experto que pueda darle a los hijos esa formación escencial que es ante todo producto la dirección y consagración personal de sus padres.